Hablar más de la cuenta
>> 05 mayo 2011
Esta mañana en la cafetería de la universidad, mientras me tomaba mi café con leche y mi cruasán de las 11h, he tenido la oportunidad de escuchar la conversación que tenían los dos chicos desaliñados de la mesa de al lado. Y digo la oportunidad porque, escuchar conversaciones ajenas, es uno de los grandes deportes de la vida y no siempre es fácil practicarlo. Pues bien, uno de ellos, el más bajito, en un momento de inspiración repentina ha utilizado una expresión del latín para decorar su discurso. Mejor dicho, “mal” utilizado. Ha sido más o menos algo así: “...Podemos decir, a grosso modo, que lo que hacen es que el sistema operativo sea capaz de... bla bla bla...”.
No es que yo sea una experta en latín, en este país cuando estudias bachillerato tecnológico pierdes este privilegio, pero siempre he tenido interés por este tipo de expresiones. Sobre todo porque la mayoría de las veces son “mal” usadas por gente mas bien pedante que sólo las utiliza para impresionar al adversario y dárselas de no se qué.
Esta vez he tenido suerte, me he percatado del engaño nada más oírlo. Aunque otras veces, si no voy con cuidado, seguro que me la cuelan. Por esa misma razón, aprovechando que tenía en mis manos un portátil con conexión, he empezado a buscar información sobre el asunto. Así es como he descubierto que a esta mal utilización de las expresiones latinas se las conoce con el nombre de “latinajos”. De hecho, según lo que he entendido de la definición de la RAE, el latinajo puede ser, por un lado, una palabra o frase latina citada con pedantería, un latín malo y defectuoso o un latín macarrónico o mal compuesto.
Por lo que he leído, existen un sinfín de latinajos. Uno de los más corrientes es el de añadir las preposiciones “de” o “por” a la expresión Motu proprio, por ejemplo. Resulta, dicen los más expertos, que muchos los utilizan para impresionar y que la mayoría de veces lo consiguen debido a la falta de conocimiento de los otros. El problema surge cuando algún hostil descubre el equívoco y se lo hace saber a su interlocutor: se destapa el entramado y el que parecía listo resulta no serlo tanto.
Por eso todos aquellos redichos del mundo mundial deben saber que las expresiones del latín tienen unas normas de uso y que, como dice la canción, lo siento mucho pero no lo he inventado yo. Y he de confesar que me encanta descubrir que este tipo de desaciertos del lenguaje tienen nombre porque cuando algo mal hecho tiene nombre se convierte en un error digno de perseguir. Un trabajo que, evidentemente, debemos dejarlo a los lingüistas, no vaya a ser que se nos contagie la pedantería.
Alba Bayés FEAT. Calderón de la Barca
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