Amor mesozoico y clichés varios

>> 15 mayo 2011

Cada vez que un adolescente escribe en la agenda de su enamorada "Me gustas cuando callas porque estás como ausente" o bien "Puedo escribirte los versos más tristes esta noche", en algún lugar del mundo muere un gatito. Y me diréis: "¡pero si son los versos de Pablo Neruda, premio Nobel de literatura!" Y yo os diré: "¿Y qué?". Un Nobel no hace mejor o peor a alguien -¿alguien ha caído en la cuenta de que el Nobel de la Paz ha matado a Bin Laden?-.  Otro de los autores que figuran en mi lista negra es Bécquer. De furúnculos se me llena el cuerpo cada vez que oigo aquello de: "¿Qué es poesía?, dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul." 

Si bien en clase comentamos la presencia de las catacresis -fosilizaciones o abusos de ciertas metáforas que el vulgo ha acabado asumiendo como indisolubles-, también encontramos autores, o mejor dicho, versos que son auténticos clichés. Me aburren hasta decir basta los poemas de Machado, Bécquer, Espronceda o Neruda. Y no sólo por esa democratización no-positiva de la poesía a la que han contribuido, sino porque son, hablando en plata, un poco moñas. Casi prefiero no entenderme con Góngora o Quevedo que acabar con un coma diabético.

Hace unos años, como por casualidad, me encontré con unos versos de Luís García Montero, desde ese momento me declaré fan de su poesía y lo anoté en mi lista de autores MUST -que deben ser leídos-. Me gusta el toque urbano que destilan sus versos, que los ascensores sea un símbolo recurrente en sus poesías -ya basta de usar la fuente, el jardín y el arbolito como símbolos- la realidad que se palpa entre estrofa y estrofa, y ese tono entre melancólico y de cantante de folk. 

Con los buenos autores ocurre que cuesta decantarse por una poesía, no obstante y haciendo un esfuerzo titánico por escoger a uno -casi me he sentido como Meryl Streep en La decisión de Sohpie-, me quedo con esta: 

Yo sé que el tierno amor escoge sus ciudades...
Yo sé
que el tierno amor escoge sus ciudades
y cada pasión toma un domicilio,
un modo diferente de andar por los pasillos
o de apagar las luces.

Y sé
que hay un portal dormido en cada labio,
un ascensor sin números,
una escalera llena de pequeños paréntesis.

Sé que cada ilusión
tiene formas distintas
de inventar corazones o pronunciar los nombres
al coger el teléfono.
Sé que cada esperanza
busca siempre un camino
para tapar su sombra desnuda con las sábanas
cuando va a despertarse.

Y sé
que hay una fecha, un día, detrás de cada calle,
un rencor deseable,
un arrepentimiento, a medias, en el cuerpo.

Yo sé
que el amor tiene letras diferentes
para escribir: me voy, para decir:
regreso de improviso. Cada tiempo de dudas
necesita un paisaje.


Álvaro Jiménez (Lord Byron, en sus ratos libres)

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